Cuando el dramaturgo inglés William Congreve falleció en 1729, su amante, Henrietta Godolphin, duquesa de Marlborough, mandó hacer una máscara mortuoria de la cara de Congreve, posteriormente la añadió a un muñeco de tamaño natural y pasó el resto de su vida junto a él.

Obligó a los visitantes a inclinarse ante el muñeco y hablarle como si estuviera vivo. Por las mañanas lo vestía con ropa limpia, por la noche lo desvestía y acostaba en su cama. Los sirvientes tenían orden de tratarlo como si fuera un lord viviente.
En alguna ocasión llamó a los doctores para que lo examinaran. Pidió ser enterrada con él muñeco como última voluntad.